Ultima revisión:
20 de febrero de 2003
Tanto Maquiavelo en El Príncipe como Aristóteles en la Etica Nicomaquea indagan sobre la forma en que los hombres deben organizarse para vivir en sociedad; tratan de definir las normas mínimas de conducta que los actores políticos deben de obedecer para vivir en armonía y puedan establecer un orden social, un orden antepuesto a la anarquía y la barbarie (Ver nota 1)
Cada autor interpreta a su modo este orden social, este estado de armonía entre los hombres que conviven al interior de la sociedad humana. Cada una de estas interpretaciones provoca en consecuencia que se considere factores distintos, definidos como esenciales, para la construcción del orden social. Esto es, un autor difiere del otro al determinar las bases sobre las cuales se establecerá la armonía entre los hombres.
Aunque reconocen la natural inestabilidad al interior de las sociedades humanas, su tendencia permanente hacia el conflicto entre sus miembros (Ver nota 2), cada uno diseña y establece sus propias soluciones a este problema. Mantiene la expectativa de no disolver la asociación humana.
Ambos autores coinciden en el planteamiento inicial del problema, planteamiento que parte de la concepción del individuo como actor social primordial y productor de la realidad social. Tanto Aristóteles como Maquiavelo reconocen que el origen de los fenómenos sociales, en este caso la conflictividad de las colectividades humanas, se encuentra en la acción y voluntad individual de los hombres y no tanto en una entidad supraterrenal de orden divino. Para ambos es el hombre quien a través de su acción pone en marcha los complejos procesos sociales.
En consecuencia es en el hombre, el individuo, en el que se encuentra la respuesta de esta tendencia hacia el conflicto y la disolución de los vínculos sociales y por lo tanto también su solución, el camino hacia el orden social.
Maquiavelo y Aristóteles reconocen en los hombres la independencia en sus actos con la que actúan al interrelacionarse con sus semejantes. El individuo tiene la libertad para actuar de acuerdo con sus propios intereses a menos que se impongan (Maquiavelo) o establezcan de forma consensual (Aristóteles) una serie de normas y valores que moldearán y guiarán la conducta de los individuos.
Los hombres de esta manera en su interacción con sus semejantes deberán hacerlo conforme a estas reglas establecidas y reconocidas como válidas por la colectividad; reglas que le indican al hombre que hacer y como hacerlo.
Estas reglas tendrían como objetivo primordial garantizar la convivencia armónica entre los hombres, diluyendo o al menos reduciendo el conflicto al interior de la colectividad. Es decir, estas reglas serían el fundamento del orden social.
La definición del orden social no es universal, no podría serlo. Responde a las características particulares de la colectividad humana así como a las condiciones espacio-temporales únicas en las que se desenvuelve esta colectividad. Las necesidades de la colectividad determinarán las normas que rijan las conductas de sus miembros.
De esto se explica las diferencias entre Maquiavelo y Aristóteles a la hora de establecer las reglas, los fundamentos, para la creación del orden social. Las distintas situaciones espacio-temporales en las que cada uno se desenvuelve implica necesariamente que lleguen a conclusiones distintas. Sin embargo en ambos permanece presente la necesidad de crear estas reglas de conducta que regulen la acción humana. El debate ha sido, y es hasta nuestros días, el encontrar la mejor manera de organizar la vida al interior de las colectividades humanas garantizando la preservación de los valores que cada sociedad reconoce como primordiales (libertad, igualdad, orden, progreso, equidad, etc.).
Las ideas de Aristóteles se desarrollan en el seno de la democracia griega mientras que Maquiavelo construye su pensamiento durante la etapa en que el Absolutismo comienza a ganar fuerzas y adeptos a lo largo de Europa. Esto deriva en que tanto las reglas que guían a la conducta humana como la forma en que estas reglas sean adoptadas por la colectividad difieran entre uno y otro autor.
Aristóteles al establecer los fundamentos para el orden social en su Etica Nicomaquea, tiene como referencia las características propias de la forma en que los hombres se organizaban para vivir en sociedad durante el siglo IV a. de C. en Grecia.
La colectividad humana para la que escribe Aristóteles, y que es la referencia para su estudio, no es otra que la polis griega, esta asociación humana característica de la Grecia Clásica. En las polis los ciudadanos, la gente originaria de la región con derechos de propiedad sobre la tierra (Ver nota 3), eran quienes llevaban el control de los asuntos públicos que atañían a la colectividad, a la polis. Los ciudadanos de las polis griegas eran quienes decidían en las asambleas el curso de las acciones a tomar en aras del bien de la colectividad.
No había un tirano, al menos en el esquema ideal trazado por Aristóteles, que impusiera su voluntad e instaurara mediante la represión y la violencia el orden. Por el contrario el orden debería ser producto del consenso de los ciudadanos miembros de la polis. El mutuo acuerdo era el requisito para establecer normas de conducta que guiarán a la acción individual. Para Aristóteles el orden social surgiría a partir de la convivencia entre iguales; para él. El orden sería la convivencia armónica entre iguales que repercutiera en la grandeza y progreso de la polis, de la colectividad.
Ante concepción Aristóteles plantea la necesidad de formar ciudadanos modelo, individuos con determinadas características de tal manera que guiaran sus acciones en beneficio de la colectividad y no de intereses egoístas individuales, tratando de establecer que el bienestar común es parte del bienestar individual.
La definición de este ciudadano modelo es el tema principal de la Etica Nicomaquea; a lo largo del texto Aristóteles precisa los rasgos que debe de tener este ciudadano. Para la construcción del ciudadano modelo parte de la noción de virtud (areté) definida como "no sólo una perfección moral propiamente dicha, sino toda excelencia o perfección en general, que de algún modo es valiosa, y contribuye por ende a plasmar un tipo mejor de humanidad" (Ver nota 4)
El ciudadano ejemplar, o mejor dicho virtuoso, es la pieza esencial para la creación del orden social en una colectividad humana con las características de la polis griega. Los actos y la conducta virtuosa de los ciudadanos son los garantes y el punto de partida para el orden al interior de la colectividad, son los fundamentos del orden social.
Para Aristóteles los actos son virtuosos en cuanto son benéficos para la asociación humana. Las conductas que favorecen y preservan la convivencia armónica entre los ciudadanos son las que deben considerarse como virtuosas. No hay virtud en aquellas acciones egoístas que velen solamente por el bienestar del individuo.
Aristóteles reconoce la complejidad de la vida en sociedad y no limita su exposición de conductas virtuosas a un decálogo de reglas sino que redacta un manual, pleno en ejemplos, de actos y actitudes virtuosas necesarias para la formación de ese ciudadano modelo.
En este sentido señala una serie de virtudes dignas de alabanza que todo ciudadano debe de sembrar en aras de este orden. Así la liberalidad, la magnificencia, la mansedumbre, lo justo, la justicia, la equidad, la prudencia, la sabiduría, etc. Son los elementos necesarios para crear a este ciudadano modelo a partir del cual se pueda configurar ese orden social que tiene en mente.
Aunque Aristóteles reconoce que los vicios y las pasiones asolan a los ciudadanos y ponen en peligro su conducta virtuosa y por ende al orden social que se pretende establecer. Se da cuenta de la imperfección del hombre (aunque no asume una actitud pesimista por lo que reconoce su perfectibilidad) que se refleja en su tendencia hacia comportamientos que responden a sus vicios y bajas pasiones más que a la virtud.
La solución que propone es el establecimiento de leyes que obliguen a los ciudadanos a tener un comportamiento virtuoso, so pena de duros castigos, y a la promoción de la formación de ciudadanos por medio de una educación en la que se inculque el amor a la virtud y la justicia.
Maquiavelo es una historia aparte. Al igual que Aristóteles su propuesta de las bases para establecer el orden social es consecuencia directa del entorno en el cual vivió. Maquiavelo reflexiona en una situación histórica totalmente distinta a la de Aristóteles: su libro fue escrito en 1513 y retrata el ascenso de la Monarquía Absoluta en Europa.
Refleja un período en el cual las decisiones son tomadas por un solo hombre sin necesidad de auscultar a los miembros de la colectividad. El Príncipe de Maquiavelo no está escrito ya para los ciudadanos participantes de una Asamblea o encomendados a un cargo público en beneficio de la colectividad, sino para el Soberano Todopoderoso que conduce a su antojo y capricho los destinos de la asociación humana a la que gobierna.
La colectividad integrada por los ciudadanos en la Grecia clásica, con todos sus derechos y prerrogativas que gozaba, da paso a la aparición de una sociedad altamente jerarquizada en donde la obediencia (Iglesia Católica de por medio) en lugar de la libertad es la característica primordial. Más aún la totalidad de la población queda excluida de la discusión sobre los asuntos concernientes a la organización de la colectividad, asuntos que quedan en manos de una sola persona, el monarca, que se convierte en el principal actor de la vida política.
Es a este último personaje a quien Maquiavelo de consejos para el establecimiento del orden social, que no es entendido por él como la convivencia pacífica entre iguales sino como la omnipotencia del príncipe, en el poderío incuestionable del Monarca que garantice la paz al interior de la colectividad mediante la coerción o la obediencia.
La ausencia del conflicto para Maquiavelo no es consecuencia, como en el caso de la polis griega, de la formación de ciudadanos modelo que se conducen de acuerdo a la virtud sino a la hegemonía, al poderío, de un príncipe sobre sus súbditos y sus rivales. El orden no es producto del consenso, sino de la imposición y el sometimiento.
Ante este origen del orden social Maquiavelo no propone la creación de ciudadanos modelo sino de Príncipes poderosos lo suficientemente capaces y con los recursos necesarios para preservar el dominio sobre sus súbditos y adquirir el respeto de los demás príncipes. El orden para Maquiavelo es la ausencia de revueltas internas por parte del populacho y la desaparición de la belicosidad y la agresividad de los reinos vecinos en contra del propio, fenómenos que atentan en contra del dominio del príncipe.
Al igual que Aristóteles, Maquiavelo proporciona una serie de consejos al príncipe en los que se refleja su definición del orden y sus fundamentos. Aunque aquí no se trata de formar individuos virtuosos o moralmente correctos sino de individuos efectivos en función de la preservación del dominio sobre su principado.
A partir de esta concepción el orden social ya no se define con relación a los intereses de la colectividad sino a partir de los del príncipe, quien asume autoritariamente que sus intereses son los intereses de la colectividad, en el mejor de los casos (en el peor: la búsqueda de gloria y riqueza personales sustituye a cualquier sentimiento para con el pueblo como objetivo de la acción del príncipe). Supone ya el reconocimiento de valores universales, definidos por el príncipe, bajo los cuales los hombres deben conducirse en su vida en sociedad; el resto de los hombres no los definen y discuten simplemente los obedecen.
Consejos acerca del reclutamiento de milicianos, el fomento a la inestabilidad al interior de principados rivales (pp.37). La manera en que el príncipe debe comportarse ante sus súbditos, las alianzas, los consejeros, etc. puede ser leídos a lo largo de El Príncipe. Su fin último es el de crear el orden social desde el punto de vista de Maquiavelo, en el cual un príncipe poderoso es la pieza esencial.
En los dos textos revisados brevemente en las páginas precedentes, se refleja el interés siempre presente de crear una sociedad mejor organizada, en donde la amenaza de la disolución o la autodestrucción queden conjuradas.
El dilema de los erizos permanece: los hombres se necesitan unos a otros para sobrevivir pero en su interrelación se generan conflictos nuevos y distintos a los que propiciaron su asociación. La solución, o al menos la búsqueda de paliativos, ha venido siendo el tema central de la discusión política a lo largo de la historia humana. Las posibles respuestas recurren a elementos que van desde el fetiche (estructura, sistema) hasta la acción supraterrenal (los dioses).
La pregunta sobre como vivir en comunión con los demás y exorcizar los conflictos sociales se mantiene aún en espera de una respuesta definitiva. En esta búsqueda las elucubraciones previas nos sirven de guía como referentes de los éxitos y los fracasos para constituir un orden social perdurable. Es en la experiencia y la innovación en donde están las claves para encontrar bases para el orden social acorde a los tiempos en que vivimos.
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