Estados Unidos frente a los procesos de integración

12 de mayo de 2004

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En los últimos 15 años se ha venido produciendo un fenómeno a escala mundial que anteriormente no se había percibido en su magnitud real o era opacado por la confrontación Este-Oeste. Se trata de los procesos de integración económica, y en algunos casos hasta política, entre países que comparten cierto ámbito geográfico y que tradicionalmente realizan transacciones comerciales de relativa importancia.

La integración económica, según Bela Balassa, es el conjunto de:

medidas dirigidas a abolir la discriminación entre unidades económicas pertenecientes a diferentes naciones (...) la integración viene a caracterizarse por la ausencia de varias formas de discriminación entre economías nacionales.

Aunque los procesos de integración, en sus diversas etapas, vienen ocurriendo desde el término de la Segunda Guerra Mundial, como es el caso de la Comunidad Europea del Carbón y el Acero (CECA) fundada en 1954 y el BENELUX en Europa o la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio en América Latina, no es sino hasta la decenio pasado hasta nuestros días que estos comenzaron a llamar poderosamente la atención de los investigadores de la realidad internacional a la hora de tratar de explicar la reconfiguración del orden mundial luego del fin de la Guerra Fría.

Se trata de percibir la importancia de estos procesos a la hora de la reorganización luego del fin del conflicto este-Oeste que había perneado y determinado las relaciones internacionales desde el fin de la guerra fría. Se interpreta ahora de una manera distinta los intentos integracionistas entre los países. Los tiempos han cambiado y el contenido de estos procesos de integración, su razón de ser, se ha modificado totalmente, o al menos eso es lo que se percibe.

La integración Europea no se ve, como durante la Guerra Fría, como la alianza europea para recuperar la estabilidad económica y política en la región frente al modelo de desarrollo antagónico de los países socialistas; en ese tiempo la integración fortalecía a los países involucrados y al mismo tiempo a la alianza occidental. En cambio ahora, los procesos de integración son vistos más bien como el resquebrajamiento de este bloque occidental en el proceso de formación de un mundo con distintos centros de poder económico y político.

Y de todo estos procesos no podrían estar excluida la economía más grande del mundo, EE.UU. En este apartado se presenta brevemente la forma en que este país se ha enfrentado a estos proceso de integraciones regionales. Se parte principalmente de la revisión de los vínculos económicos que tenderían hacia la formación de estos bloques además de que se intentan ver los intereses de cada uno de estos países a la hora de establecer vínculos mucho más estrechos con otros países. La idea es que Gran Potencia utiliza a la integración como una forma de resolver sus problemas.

Para iniciar de lleno en el tema es necesario precisar las distintas etapas de integración que siguen las economías de los países. Es obvio que el proceso europeo es muy distinto al que se lleva a cabo por ejemplo en el NAFTA. Existen etapas de integración , las cuales son:

Estos son las fases de la integración, de acuerdo a la teoría. En la realidad se presenta un cierto mimetismo entre todas las etapas. Así, por ejemplo, en el caso del NAFTA -un área de libre comercio- ya hay indicios de mercado común al permitirse la libre circulación de los factores de producción capital y organización.

Tanto México como EE.UU. han establecido una serie de convenios y acuerdos para establecer zonas de libre comercio principalmente, incorporándose por este sólo hecho a procesos de integración, uno más elaborados y ambiciosos que otros pero que a fin de cuentan están inmerso en este proceso de formación de bloques regionales. Sin embargo cada una de estas naciones parte de intereses y necesidades distintas, que no solo son diferentes sino hasta antagónicas, lo que dificulta aún más la relación. La incorporación a los distintos procesos de integración responden a las necesidades y condición de cada uno de estos países. El valor de los procesos de integración para EE.UU. es distinto que el que México le concede. Esto debido a las distintas realidades que cada uno de estos países presenta. Hablamos por un lado de la potencia hegemónica en aparente declive y un nación subdesarrollada en busca del camino hacia el desarrollo. La manera en que los procesos y estrategias de integración se incorporan a su política es distinta. Pero ambas inserciones al proceso de regionalización, a fin de cuentas, son acciones encaminadas a resolver sus propios problemas.

EE.UU. inicia sus proyectos de integración a partir de que reconoce su debilidad en los asuntos internacionales, la pérdida de su influencia en el mundo occidental, mucho antes del fin de la Guerra Fría. El ejemplo típico es el callejón sin salida al que llegaron las rondas de negociaciones del GATT ante la clara oposición europea o japonesa a las iniciativas norteamericanas, como en el caso del comercio de productos agrícolas, subsidios, dumping, etc. EE.UU. era incapaz ya de moldear la estructura del comercio internacional de acuerdo a sus intereses.

La incapacidad de EE.UU. para conducir las negociaciones a su modo y la propia incapacidad de Europa o japón para llegar a un acuerdo, estancaron las negociaciones multilaterales de comercio. Los acuerdo en aras de una mayor liberalización comercial era prácticamente imposibles si se planteaban a nivel multilateral, es cuando se habla de la crisis del multilateralismo clásico.

Esta crisis se tradujo en el recrudecimiento de las políticas proteccionistas y el surgimiento de negociaciones bilaterales, entre un número menor de países, para fomentar la liberalización comercial entre ellos; otorgándose mutuamente ventajas al ingreso de sus productos amparados en el artículo XXIV del GATT, que permite la formación de bloques regionales siempre y cuando no eleven sus tarifas arancelarias a terceros, esto es que se mantengan los mismos niveles de proteccionismo para los no-miembros.

Esto se conjunta con la pérdida de competitividad de la economía norteamericana en algunos sectores frente Japón y Europa. Esta pérdida de competitividad se tradujo en la pérdida de mercados, incluyendo al interno, para las mercancías norteamericanas que eran sustituídas por la competencia del japón y Europa o de los países maquiladores del Sureste Asiático.

El resultado de esta pérdida de mercados fue el surgimiento de un déficit comercial que afectó aún más la economía norteamerican; esto porque fomentó el alza en las tasas de interés norteamericanas y la consecuente inflación.

Ante la necesidad de asegurar mercados para sus productos, EE.UU. inició una política de acuerdos bilaterales. El primero de ellos fue con Canadá, el Autopac, y que precisamente era relativo a uno de los sectores productivos más afectados por la competencia Japonesa: el sector automotriz.

Este fue el primer avance norteamericano en pro de la integración a nivel regional. El siguiente paso fue la creación de una cuerdo de libre comercio con Israel, motivado más por razones políticas, apuntalar al régimen de Jerusalem, que económicas.

Pero la piedra angular en las iniciativas norteamericanas por la integración es sin duda alguna el ALCA y el NAFTA de 1994. La creación del NAFTA y la proyección del ALCA ocurren en plena crisis del sistema multilateral. Luego de casi 8 años de negociaciones en la Ronda Uruguay del GATT eran más las incertidumbres que los hechos en pro de la liberalización comercial. Otro de los problemas presentes fue la institucionalización en aras de una mayor integración en Europa con la firma de los tratados de Maastricht en 1991 que establecían el proceso para la integración total europea.

La amenaza consitía en un posible resurgimiento del proteccionismo entre las principales potencias económicas, al miedo de perder mercados. La forma segura de asegurarlos era estableciendo vínculos institucionales con países periféricos que permitieran la autoarquía de la economía norteamericana ante un posible aislacionismo. Al mismo tiempo se buscaba presionar a la naciente Unión Europea para que evitara la creación de un bloque comercial cerrado con la amenza de una respuesta norteamericana en el mismo sentido.

Es desde entonces que se comienza a hablar de una Iniciativa para las Américas, para la creación de un mercado regional continental, que abarcara a los países del continente Americano en franco enfrentamiento con la Unión Europea. Se necesitaba crear una zona antagónica a la europea para poder tenr una base de poder que le permitiera negociar a los EE.UU.

La iniciativa no fue muy bien acogida ni por el propio pueblo norteamericano, temeroso de la pérdida de empleos, los legisladores o los propios países latinoamericanos que veían en la propuesta más una revitalización de la Doctrina Monroe y una amenaza a su soberanía que una verdadera oportunidad para el desarrollo.

En medio de la apatía general surgió la propuesta de un área de libre comercio continental. Al poco tiempo y con el cambio de gobierno la propuesta fue desechada temporalmente, para ser luego retomada y replanteada por la administración demócrata . Pero al igual que la anterior propuesta no cuenta con las simpatías ni el apoyo al interior de los EE.UU., situación que se reveló ante la negativa de otorgarle la capacidad a Bill Clinton de utilizar el fast track para las negociaciones del ALCA.

Por otro lado el NAFTA, el más elaborado mecanismo de integración que involucra a los EE.UU. , enfrenta múltiples problemas en parte por el rechazo de la población norteamericana. Las ventajas para el gran empresariado han sido sin dudas magníficas (adquisisción de ferrocarriles, puertos, telecomunicaciones, mano de obra barata que garantiza la competitividad de los productos mexico-americanos), pero dentro del comercio norteamericano, la región ocupa un lugar muy poco relevante, al igual que América Latina.

El comercio y las inversiones norteamericanas, los vínculos económicos, tienen aún una perspectiva internacional, que resulta imposible ser restringida al ámbito regional. El principal socio de EE.UU. continúan siendo Europa y Japón, economías cuyas capacidades y posibilidades no pueden ser sustituidas por un grupo de países subdesarrollados.


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