Los hombres tiene la tendencia de concebir los problemas que aquejan su presente como los más difíciles a los que se ha enfrentado la humanidad a lo largo de su historia. Tienen una visión egocéntrica de la realidad que muchas veces les impide realizar un análisis mucho más complejo. La crisis que le toca vivir no tiene, según ellos, parangón, y eso les llena de angustia, como si el futuro de la humanidad estuviera, ahora si luego de tantas predicciones previas, al filo de la desaparición.... y entonces las cucarachas regirán la tierra.
Lo que nos deja leer regularmente la historia de otros pueblos y del propio es la idea de que se vive en un período de crisis permanente y sin fin. Cada época tiene su período de crisis, sufrimiento e incertidumbre y no se puede establecer que uno haya sido más terrible que otro debido a que operan en circunstancias distintas. La peste en Europa, las invasiones bárbaras de Roma, la destrucción de las culturas autóctonas por conquistadores blancos y barbados, la revolución mexicana, la intervención francesa etc. Son sólo algunos ejemplos que nos da la historia de periodos de crisis bastante violentos..... y sin embargo aún estamos aquí.
El problema de andar augurando el fin del mundo cada vez que una crisis se desata deriva de que nos aterroriza la idea de que nos sabemos con precisión como se resolverá esta crisis exactamente; ante la incógnita del futuro la incertidumbre se apodera de nosotros y creemos que, ahora si, el fin del mundo llegó. La turbulencia social y económica nos produce una gran angustia, miedo y temor ante nuestro futuro más inmediato. La depresión y el egoísmo consecuentes son sentimientos generalizados.
A diferencia de nuestro momento actual, con las crisis del pasado sabemos exactamente como se resolvieron. La incertidumbre hacia el futuro que engendraron en su momento no lo es ya porque se disuelve ahora en razón de que conocemos como terminaron, ya sabemos que no implicaron la desaparición de la humanidad.
Así por ejemplo ya no nos angustian las peripecias de Benito Juárez en contra de la Intervención Francesa, porque ya sabemos que finalmente Juárez (para bien o para mal) salió victorioso ante el invasor. La angustia de los republicanos de ese entonces en torno a la existencia futura de México como nación independiente pierde para nosotros todo significado al ver que la república finalmente se alzó victoriosa.
Pero tratemos de recuperar esa angustia, imaginemos al país lleno de franceses con recursos ilimitados, mientras que el gobierno republicano se esconde en cavernas para protegerse. Ver como las naciones más avanzadas reconocen al gobierno espurio mientras los recursos monetarios, más no el ideal, se esfuman del lado republicano. Seguramente muchos bajo esas condiciones hubieran pronosticado el fin de la República.
Este mismo sentimiento se reproduce en nuestros días cuando no sabemos que nos depara el destino en medio de esta crisis de carácter mundial (la reconocemos así gracias a los medios).
Pero, creo yo, no hay que temer a las crisis. Las crisis son la muestra de que se están produciendo cambios en las estructuras sociales, políticas y económicas de la sociedad; es el ascenso de nuevas estructuras que sustituyan a las anteriores, ya caducas ante los nuevos tiempos. Las crisis son parte esencial en los procesos de cambio en la humanidad, en su propia evolución y en la gestación de nuevos estadios . El problema radica en que muchos referentes que guiaban la conducta de los individuos se pierden en el proceso y eso atemoriza a muchos.
Las crisis son necesarias dentro del proceso de evolución de los hombres. La humanidad está inmersa en un proceso de cambio y evolución permanentes. Rehuir a las crisis en busca de la estabilidad es rehuir al progreso, a la evolución. El ejemplo típico es la edad media, período en el cual la civilización occidental se estancó en medio del orden religioso implantado por la iglesia. La relativa seguridad que proporcionaba este sistema viene acompañada con el nulo avance del conocimiento humano.
Así, hay que perder el miedo a las crisis y mejor debemos prepararnos y trabajar para el diseño de la nueva realidad que surja luego de la crisis. De cualquier modo, el período histórico en el que vivimos (50 años) es sólo una milésima parte de la historia del hombre sobre la tierra. Somos parte de un proceso y no el proceso en sí.
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