por Antonio Cano,
publicado originalmente en:
Masiosare, suplemento de La Jornada.
24 de noviembre de 2002
RAFAEL DELGADO REYES ya pinta canas. En 1971, cuando participó en el halconazo tenía 25 años. Ahora anda por los 57 y tiene, dice, problemas del corazón –una cirugía– que le impidieron acudir al primer citatorio de la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado, de la Procuraduría General de la República. Lo hizo al fin el pasado martes. Un médico perito dictaminó que no ha sido sometido a ninguna intervención quirúrgica. Sólo puede probar que tiene una cita con su médico el 13 de diciembre.
Rafael Delgado Reyes viste ropa deportiva gris (“jodidona”, describe uno de los presentes en la diligencia). Lo acompaña un “abogado”, Gerardo San Vicente, que conoció ese mismo día. “¿Religión?”, le preguntan al escribir sus datos generales. “Ninguna, ya no hay mucho en qué creer, je, je”, dice.
Rafael Delgado Reyes escucha la lectura de las denuncias presentadas por Jesús Martín del Campo, Raúl Alvarez Garín y Pablo Gómez.
¿Qué tiene que decir de las denuncias que acaba de escuchar?, le preguntan.
“Yo ignoro todo eso, soy inocente”, dice.
Luego, Rafael Delgado Reyes cuenta su vida de un jalón, sin preguntas de por medio y con una constante: enreda fechas y lugares a cada momento. De pronto se sincera: “Le quiero decir una verdad: estuve preso en la cárcel de Oblatos, hasta 1980, acusado de robo...”
Curiosa la vida de Rafael Delgado Reyes. Cuando sale de prisión, una vez u otra, consigue empleos, gracias a las recomendaciones de amigos, en cuerpos de seguridad o policiacos. La vida de un guarura, pues.
Cuando sale de prisión en Jalisco, por ejemplo, se va a Pachuca, Hidalgo, y trabaja, dice, en la Policía Judicial del Estado, adscrito al Palacio de Gobierno. Ahí, su jefe es el capitán Candelaria Cerón, “que se encargaba de darle seguridad a los políticos”.
En varios pasajes de su narración aparece un personaje conspicuo: el general José Hernández Toledo. Porque Rafael Delgado Reyes dice haber sido miembro del Ejército Mexicano, del 3 de mayo de 1962 al 19 de marzo de 1968. Primero sirvió, afirma, en el 8º Batallón de Infantería y luego en el 1er. Batallón de Fusileros Paracaidistas. Justo el cuerpo que el general José Hernández Toledo comandaba la tarde del 2 de octubre de 1968, cuando fue herido en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco. El general Hernández Toledo era mi comandante, dice Delgado Reyes. A lo largo de su relato lo menciona un par de veces como alguien que “me recomendó”.
Al salir del Ejército, según su versión, Delgado Reyes se va a trabajar a una fábrica textil y más tarde a una ladrillera. Después, dice él, se va a Guadalajara, donde trabaja como estibador en el mercado de abastos y en... claro, en la policía municipal. También labora en la Central de Alarmas, como jefe de la unidad de vigilantes. Y poco después cae preso acusado de robo por la empresa Estructuras Metálicas.
Es en Guadalajara donde, según él, aprende artes marciales con un maestro de apellido Vitela.
En 1982 deja Pachuca y viene a la capital del país. En 1983 consigue un puesto en el Departamento del Distrito Federal. Su jefe inmediato es René Gómez Tagle, a quien describe como “blanco, pelón y gordo”. En el DDF, Delgado Reyes trabaja en la “ayudantía” del regente Ramón Aguirre Velázquez. Para entonces ya se había perfeccionado en artes marciales, en cursos impartidos “por gentes que vinieron de Singapur, el señor Tai Soon Lee y la maestra Mary Lee Chan... bueno, era ella china”.
A la llegada de Manuel Camacho Solís a la regencia, dice Delgado Reyes, “me corrieron del área central y me enviaron para allá (allá es el Velódromo) y luego me pusieron a disposición de personal”. Desde entonces trabaja en varios deportivos del GDF hasta que en 1998 es enviado al Francisco I. Madero, atrás de la Cabeza de Juárez.
Rafael Delgado Reyes también calla otro episodio de su vida, que una pequeña nota de La Jornada describió así en abril de 1992:
“La Policía Judicial del Distrito, en comunicado, indicó que detuvo a integrantes de un grupo delictivo que tenía como principal centro de operaciones el Aeropuerto Internacional Benito Juárez, en los momentos en que asaltaban a una familia de turistas colombianos para despojarlos de 10 mil dólares y alhajas.
“La corporación dio a conocer que los capturados durante el operativo fueron Rafael Delgado Reyes y Abel Mondragón Camacho, pero que otros tres cómplices se dieron a la fuga. A dichos sujetos se les decomisó una pistola Magnum 357 y una Browning 9 milímetros. Los hechos quedaron asentados en la averiguación previa 9/1492/992”.
Sobre este episodio, Delgado Reyes dice haber sido acusado falsamente. Según su versión, iba por el rumbo del Paseo de la Reforma cuando escuchó que alguien pedía auxilio. Fue entonces cuando lo detuvieron”.
Los funcionarios de la fiscalía le preguntan:
–¿Y qué es una Magnum?
–Pues una de cilindro.
Hasta aquí la versión de Delgado Reyes. Como se verá adelante, las fechas y los lugares no cuadran.
El expediente Nassar
El personal de la fiscalía especial saca el expediente: una declaración ministerial rendida por Rafael Delgado Reyes el 11 de enero de 1972 ante Miguel Nassar Haro, entonces subdirector de la Dirección Federal de Seguridad.
Delgado Reyes fue aprehendido en su casa y lo enviaron, dice, “directamente para allá”. ¿Dónde? Dice no saber dónde estuvo detenido ni por cuánto tiempo.
En los diarios de 1972 hay constancia de la aprehensión. Antes de iniciar la lectura del expediente, le piden que ponga atención “porque podría tratarse de usted”.
En aquella declaración se asienta que el detenido dijo llamarse Rafael Delgado Reyes, de 25 años, casado, católico, desempleado, con domicilio en México Lindo 22, colonia Aurora, Ciudad Netzahualcóyotl (lugar donde sigue viviendo).
Pero la parte medular es la historia de los halcones, narrada por Rafael Delgado Reyes en 1972:
En septiembre de 1969 Candelario Madera Paz lo invita a trabajar en los halcones, que entrenaban cerca del zoológico de Aragón. La cobertura era trabajar comisionado en el Metro. El estuvo en la 5ª compañía de los halcones y sus jefes eran Moisés González y Manuel Díaz Escobar, a quien llamaban El Maestro.
En 1971 fueron a experimentar a dos mítines, uno en el Casco de Santo Tomás y otro en Ciudad Universitaria.
El 10 de junio según un halcón
La narración de Rafael Delgado Reyes sobre la matanza del Jueves de Corpus dice, en el lenguaje de las declaraciones de barandilla:
• Que cuando descendieron de los camiones en Melchor Ocampo y
San Cosme comenzaron a golpear a quienes pudieron.
• Que en cada camión donde viajaban los halcones llevaban
un “30 M1”.
• Que los estudiantes les dispararon y por eso fueron por su rifle.
• Que las balas se les acabaron y les tuvieron que dar más.
• Que todo terminó a las 20 horas.
• Que esa misma noche recibieron la instrucción de desmantelar sus instalaciones.
En los días siguientes fueron citados a diversas reuniones (en
una les ordenaron “quemar camiones”) en el Palacio de los
Deportes y el sótano de la Tesorería. También los
citaron en un local del rumbo de San Andrés Tetepilco donde cada
uno recibió una gratificación de 5 mil pesos.
¿La red de mandos y complicidades está en el archivo muerto
del gobierno capitalino?
Halcones desempleados
Muy pronto la falta de acción y de dinero hizo estragos en los halcones sin empleo. Siempre según la declaración de 1972, Rafael Delgado Reyes y varios de sus compañeros del grupo paramilitar decidieron dedicarse a los asaltos.
Con sus amigos Candelario Madera Paz, Efraín Ponce Sibaja, Sergio San Martín Arrieta y Leopoldo Rojas, Delgado Reyes decide comenzar por algo fácil: el asalto a una vinatería.
Para cometer los asaltos solían robar automóviles y en más de una ocasión mataron a los conductores que se resistían. Entre agosto y septiembre de 1971 realizaron varios pequeños golpes: un restaurante en Tacubaya, una tienda en Tulyehualco. Para realizar los asaltos se vestían con uniformes militares y salían al grito de “¡Viva el movimiento estudiantil!”
Quizá envalentonados por su éxito, decidieron dar un golpe mayor. Pero asaltar un banco requería equipo de verdad, no las pistolas 380 que habían usado hasta entonces.
La noche del 12 de septiembre de 1971, el grupo de ex halcones asaltó un retén militar en el rumbo de Tecamachalco, para robar las armas de los soldados. Algo salió mal y Delgado Reyes hirió a un militar. Se llevaron de rehén a un soldado que tiraron por el rumbo de Clavería.
Pese a todo, al día siguiente se reunieron con Jorge Sandoval Ramírez, alias El Pastelero, quien había conseguido el vehículo para la fuga.
Asaltaron una sucursal del Banco de Comercio en Popocatépetl. Ese día, Jorge Sandoval vestía de traje, para hacerse pasar por cliente. Los demás iban con uniformes militares. En la caja que le tocó a Delgado Reyes no había dinero. El se enojó y rompió un vidrio. Salieron al grito de “¡Viva Genaro Vázquez Rojas!” El botín fue de 130 mil pesos.
Después decidieron ir a enterrar las armas. Lo hicieron en Huejotzingo, donde Madera tenía una novia.
Delgado Reyes se quedó un tiempo en el hotel Mediterráneo, en Tacuba. Luego, con sus aburridos compañeros halcones, se fue de viaje a Playa Azul, Michoacán, y a Puente de Fierro, Oaxaca, “a consumir hongos alucinógenos”.
¿Cuántos halcones desempleados, como los mencionados, engrosaron las filas de la delincuencia?
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En la comparecencia del martes la lectura de la declaración se interrumpe en el punto descrito arriba. Ninguno de estos hechos ha sido mencionado por Rafael Delgado Reyes. El siente las miradas y habla:
–Sí, soy yo, pido una disculpa por no decir, pero...
Entonces, Delgado Reyes narra que sí, que él es el involucrado, pero que firmó esa declaración bajo tortura. Cuenta que lo detuvieron en su casa, sin orden de aprehensión, y que lo llevaron a un lugar que “olía a caballo”, donde lo golpearon y le sumergieron en agua. Dice también conocer a varios de los mencionados, como Candelario Madera, a quien trató en el Ejército.
Rafael Delgado Reyes asegura nunca haber dicho que era halcón. Incluso, el martes hace este juego de palabras en la fiscalía:
–Dije “ya no me golpeen, soy halcón”.
–Ah, halcón.
–¿Ya ve? Usted también se confundió. Yo dije soy alcohol, por alcohólico, si quiere me puedo someter a un examen.
El fiscal especial le hace ver el riesgo de ser acusado por falsedad de declaraciones. Y Delgado Reyes sigue en su punto: la declaración la hizo bajo tortura.
“Creí que me volvería loco. No sé cuánto tiempo estuve ni dónde. Era una celda de 1.80 por 0.90”.
Un día le advirtieron que se arrepentiría si los delataba y lo soltaron.
Nunca denunció. “Jamás me he quejado de nada, golpe dado ni Dios lo quita”.
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Rafael Delgado Reyes se negó a declarar sobre el expediente Nassar. Se amparó en el artículo 20 constitucional. No dijo nada, pues, sobre cómo se incorporó a los halcones, sobre quién le pagaba, dónde estuvo y qué hizo el 10 de junio de 1971. Lo había dicho ya, el mismo Rafael 30 años atrás. Ahora insiste: “Me declaro inocente. Es un crimen que me estén acusando”.
Jesús Martín del Campo, uno de los denunciantes, estuvo presente en la diligencia. Su hermano Edmundo fue asesinado el Jueves de Corpus. Tenía 20 años.
“Un personaje como Rafael Delgado Reyes, dice Martín del
Campo, es a la cloaca lo que Alfonso Martínez Domínguez
era a la cúpula. Y seguir el hilo por ahí puede ser clave
para desenmarañar las cadenas de mando de los criminales”.
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