12 de julio de 2002
Hace unos 8 años hubo un festival de rock en la UNAM. La explanada de rectoría sirvió de auditorio para la presentación de muchos grupos de rock en una tocada en apoyo a los zapatistas. La tocada duró como 9 horas entre rock, mentadas en contra del gobierno y arengas a favor del zapatismo.
Ya había oscurecido cuando llegó el turno de LA CASTAÑEDA, situación que favoreció su presentación. El espectáculo de la Castañeda no se limita a los músicos tocando, al grupo lo acompañan varios artistas performanceros que también montan su numerito.
Esa vez, lo recuerdo bien, había un cuate pegándole a un baúl con una barra de hierro... otro se dedicaba a tragar fuego (llenaba su boca con gasolina y luego la escupía hacia una antorcha). Waw.
Abajo, donde el público hacía su show también, se encendió una fogata (¿con qué? ¿cuadernos escolares? ¿mobiliario de los salones?) y muchos chavos comenzaron a bailar alrededor. Impresionante. Algunos osados incluso se animaban a brincar sobre la fogata.
Otros, como siempre, querían a toda costa llegar al escenario, aunque esta vez el escenario estaba sobre una terraplén de unos 5 metros de altura. La altura no era obstáculo, había unas enredaderas en una de las paredes del terraplén y la gente comenzó a utilizarlas como cuerdas para trepar. Algunos lo lograban, otros tenían mala suerte y caían al momento en que la enredadera se rompía.
Cuando la castañeda terminó de tocar muchos salimos a perseguirlos en busca de un autógrafo o cualquier recuerdo.
En ese tiempo uno de los elementos del look de la castañeda era el corte de pelo a rape. Yo en esos días recién había sacado mi Cartilla del Servicio Militar Nacional, por lo que también estaba a rape. El corte a rape no era mi look habitual ni mucho menos me resultaba atractivo.
El caso es que como 20 chavos alcanzamos a Salvador, el cantante de la Castañeda, en camino hacia su auto. Comenzó a firmar autógrafos, pero no se detenía. La situación empeoró cuando más chavos llegaron en busca de autógrafos.
Justo antes de subirse a su auto, Salvador tuvo que decidir a quien le daría el último autógrafo antes de irse. Todos le gritaban al mismo tiempo “¡Hey, Chava!” “¡Por acá, Chava!” “¡Yo, Chava!” “¡A Mi, Chava!”
Chava estaba aún eligiendo al afortunado cuando me vio, con mi pelo a rape a diferencia de los demás que iban con su pelo largo o normal. De entre todos, yo era el único presente con el pelo a rape.
Seguramente Chava pensó, “hey, este si es un verdadero fanático. Hasta trae nuestro look” y me eligió para darme un autógrafo, el último de ese día.
No sé donde haya quedado ese autógrafo, no soy coleccionista de autógrafos siquiera. Es más, había perseguido a los de la Castañeda no en busca de recuerdos sino por el puro placer de hechar desmadre.
Pero me acuerdo de esa ocasión por que gracias a mi corte a rape conseguí algo, además de zapes en la cabeza, resfriados y las burlas de rigor.
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